Palabras que el viento no se lleva

Hace un tiempo, me tocó el corazón una conferencia de TED, impartida por una hermosa cantante argentina, Evelina Sanzo. La vi junto a un ser entrañable y recuerdo que me conmovió en un lugar profundo, porque se me escaparon las lágrimas sin haber podido preverlas. Ella contaba su historia con la música. En algún punto dijo: “ A las palabras no se las lleva ningún viento. Crean realidades”. Y hasta el amanecer de hoy, esta frase se ha quedado reverberando en mi centro, como si aún tuviera mucho que ver contigo y conmigo. Como si tuviera mucho más que decir en la inmensidad del espacio entre sus pocas palabras. 

Me cuestiona, desde dentro, con una sabiduría casi tierna pero contundente. Y no he parado de pensar en que los cimientos de nuestra vida se han construido a partir de palabras; de palabras que han cobrado casi aliento propio, que atizan nuestras motivaciones, que despiertan nuestros patrones emocionales y enrutan un sinnúmero de circuitos cerebrales en los que se basan gran cantidad de nuestras actitudes y decisiones comportamentales en el día a día. Así es. El verbo se hace carne todos los días de nuestra existencia y el tema es que la mayor parte del tiempo ni siquiera nos damos cuenta. 

En edades muy, muy tempranas, la construcción de nuestra conciencia de identidad depende de los estímulos que ingresan a través de nuestros sentidos apenas en configuración. Nos construye el mensaje transmitido por el olor de nuestros padres que nos brinda confianza, su contacto físico que nos hace sentir contenidos, queridos y protegidos, su Voz, cuya resonancia y contenido nos dice quiénes somos para ellos. Es decir, quiénes somos en este mundo. Porque ese es el primer mensaje que recibe nuestra inocencia que aún no alberga contenidos. Los recibe y difícilmente puede filtrarlos. 

Dependemos del constructo de palabras en las que se han forjado las personalidades de nuestros padres o nuestros cuidadores, y más adelante de todas nuestras figuras significativas. Sobre todo, nos influye lo proveniente de esas estructuras hechas de creencias arraigadas, que son el fundamento de sus propios diálogos internos e interpersonales, y que son fuente de sus decisiones, actitudes, disposiciones emocionales y comportamientos. ¿Son entonces despreciables las palabras? ¿Se las lleva el viento y en algún momento nadie las recuerda?

Permíteme dudarlo. Esas palabras que te dices a diario en el espejo impactan tu emoción y tu biología. Esas palabras de aquella discusión que tuviste con alguien a quien le das gran crédito, aún retumban en tu cabeza, porque les has dado el poder para ello. Una simple palabra se puede transformar en una poderosa creencia, que se enraice en tu terreno y crezca tanto cuanto así se lo permitas. ¿Es malo? Claro que no. Las palabras sí crean realidades, tú lo creas o no. Está sucediendo a cada minuto. La conciencia es lo que cambia el hecho de seguir siendo conducidos en piloto automático por lo que asimilamos en el ensueño diario. La atención es el antídoto para que las palabras que no necesitamos, que potencialmente podrían dañarnos y que no tienen que ver con nuestra esencia, simplemente sean desarmadas por la permeabilidad selectiva de nuestra conciencia vigilante. 

La curiosidad por cuestionarnos qué tiene que ver con nosotros mismos todo aquello que vemos, leemos y escuchamos, dándonos cuenta de lo que mueve en nuestro interior en el minuto a minuto, nos permitirá despertar del sueño individual y colectivo en el que nos sumimos al seguir asimilando todo sin pasarlo por el prisma de nuestros propios ojos y oídos conscientes. 

Aún las palabras que NOS decimos, pero no exteriorizamos, crean esa vibración personal que también impacta en nosotros… y en otros. Observar y elegir, poco a poco, cuál es el poema que queremos redactar a diario para dirigir nuestro rumbo, cuáles son esas conversaciones con las que queremos nutrir nuestro tejido interior y las palabras que queremos entregar a los oídos receptivos de quienes tratamos y amamos, hace parte de nuestras grandes potencialidades.

Cuidar tu palabra, la que piensas, la que pronuncias y las que hacen mella en ti, hace parte de una importante responsabilidad adulta. Darnos cuenta que podemos, hoy por hoy, decidir DES-ELEGIR aquellas palabras que nos han dirigido la vida y que quizás aún nos marcan compases bloqueantes en nuestra armonía personal, hace parte de las conquistas de nuestro despertar de conciencia. Hoy puedo definir qué verbo se hace realidad en mí y cuáles palabras descompongo para extraer su aprendizaje oculto, pero no permito que me traspasen cual saetas, ni definan lo que soy.  Cuidar mi Palabra, hace parte del cuidado de mi salud verdadera.  

Buscar tu Voz y tu Palabra, la tuya… es un viaje con un camino por construir. La acción la define tu propio Verbo aún sin conjugar. 

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Dorian • Salud para ti •

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