El duelo

El duelo debe doler. Es así de simple. Yo sé. No es algo que uno quiera leer o escuchar, y mucho menos asumir. Es natural tener la pulsión de evadir el dolor. A no ser que fuésemos masoquistas, nuestra naturaleza tratará de escapar del dolor físico y emocional. Sin embargo, en nuestra evolución de conciencia, hay un peldaño más para escalar y no es precisamente el más cómodo de los pasos… Atravesar el dolor. 

Hoy, en especial, quiero tocar el punto sensible: El dolor del Duelo. Escribo intencionalmente Duelo con mayúscula inicial, porque este no es cualquier dolor. Es un Señor dolor emocional, que se traduce en nuestro cuerpo, en nuestra energía, en nuestra percepción de la vida. Es un dolor que no se puede describir y que solo el que lo ha vivido comprende. Las palabras se quedan cortas para describirlo. Acontece cuando sentimos o experimentamos una pérdida. Lo que cada ser humano considera una pérdida, es tan variable como la cantidad de personas sobre el planeta. Es una interpretación muy personal, co creada en el seno de la familia, de nuestra cultura, de nuestra crianza y de nuestras vivencias del pasado. 

Cuando sentimos una pérdida importante, de un ser querido que partió de esta vida, de un proyecto, de una relación afectiva, de un trabajo, de una mascota… Lo primero que sucede, es este primitivo y protectivo instinto de huir, de desconectarnos, de negar lo que ha pasado. Es muy importante saber que esto es así, que este mecanismo hace parte de nosotros y que podemos observar cuando sucede en el vaivén de nuestra interioridad. Hay que permitírselo. Aunque podemos estar despiertos, observando gentilmente para no prolongarlo por más tiempo del que necesita estar. 

En el cauce natural, esa reacción protectora cederá y dará paso al nudo de este proceso: la toma de conciencia sobre la realidad de los hechos. Vendrá con una oleada de emociones abrumadora, que será difícil de comprender y llevará el condimento del dolor en intensidades variables… Ten cuidado. Allí vuelven los deseos de regresarnos a un lugar psicológico más seguro, donde no duela, porque no queremos que nos duela. Batallamos con la realidad, oponemos resistencia, nos culpamos, culpamos a los otros, a la vida, a Dios. Está bien. Es necesario. Es una búsqueda de comprensión y ese dolor en la mente, busca explicaciones racionales que lo mitiguen. También pasará. 

Haremos ciclos a modo de montaña rusa, donde en la reorganización de nuestro interior, estaremos en calma, luego ansiosos, tristes, desolados, apáticos, enojados… Las emociones se vuelven como un salón de jardín infantil donde los niños corren, se atraviesan, gritan, juegan revoltosos. Y está bien. Tú puedes ser ese profesor observador que los mira. Y mientras los mira con atención siempre gentil, los deja ser. No los desampara. Los observa, los contiene, no se deja llevar por ellos o por sus demandas de acción necesariamente. Pero sí los acompaña. En determinados momentos, puede recordarles que allí está, y les infunde esa confianza de estar en un lugar seguro, donde ninguno es juzgado. Ese profe observador solo los observa con curiosidad, los cuida, los protege, los contiene y ve cómo su energía va menguando a medida que son acompañados. Él puede preguntarles si quieren decirle algo, si necesitan algo… 

Él puede crear situaciones y otras emociones que brinden apoyo y sosiego a sus niños. Puede regalarles la lectura de un cuento que les deje una enseñanza para el momento que viven, puede llevarlos a dar un paseo por la naturaleza y ver un paisaje hermoso, puede llevarlos a una reunión con otras personas en donde se sientan cobijados y amados… Puede recordarles que mientras sienten ansiedad, tristeza, soledad, angustia… pueden sentir a la vez, algunas emociones y sentimientos acogedores y revivir algunos recuerdos de sus propios recursos internos para abrigar el alma mientras nos duele. 

Distraer el dolor puede resultar atractivo, pero solo conseguirá acrecentar su intensidad, prolongar su duración y generar vías alternas para hacerse notar y que, por fin, le prestemos espacio y atención.  El duelo tiene que doler. Por eso su nombre. No hay duelo sin dolor. Pero no hay que vivirlo solo. Puedes ser tu gentil acompañante y de verdad, te recomiendo que te permitas dejarte acompañar por quienes pueden ser una presencia amorosa. No necesitas muchas palabras, porque te servirá más la presencia cariñosa…Primero, la tuya, estando allí para ti, aunque quedarse contigo y mirar hacia dentro pueda ser atemorizante. Y en segundo lugar, la de alguien más. Tu pareja, tu mejor amigo o amiga, tu terapeuta, tu líder espiritual, tu médico… Alguien en quien puedas confiar, sin fingimientos, tu verdadera experiencia emocional. 

Quiero decirte algo, a ti, si te está doliendo más de lo que crees soportar. Si prestas atención amorosa a este dolor, y no lo pretendes mitigar, quitar, borrar, adormecer o desplazar hacia otros… Si te das unos minutos, te permites llorar, quejarte, lamentarte, sentirlo todo… Notarás en el fondo, allá, detrás de ese dolor… que hay una sensación, aunque parezca sutil, de seguridad. Algo en nuestra profunda esencia, sabe que atravesar esta pena nos llevará a un lugar de sosiego.. Y reconoce que es el camino correcto. De alguna manera, algo dentro de ti te dirá: “es un dolor sanador”. Se parece al dolor y al prurito que sentimos cuando está cerrando una herida, cuando está inflamado un tejido que está en proceso de reparación, cuando nos aplican una inyección que redundará en bienestar, cuando nos incomoda un nuevo hábito que estamos tratando de implementar en nuestra vida. Oh, sí que duele. Fastidia, molesta. Pero pasando el sendero espinoso, nos encontramos con un campo reverdecido de una nueva etapa, nuevas posibilidades y un YO enriquecido con los aprendizajes que fueron acrisolados por el fuego del dolor. 

Volverás a sonreír. Te encontrarás más sabio o sabia. Y sabrás que lo que se sintió perdido tenía un sentido. Se tenía que transformar dentro de ti. Jamás estás solo, cuando esta experiencia la compartimos muchos humanitos a la vez en toda la extensión de la tierra. Cuando sientas la desdicha apoderarse de tí, inhálala voluntariamente. Está bien. Y mientras la retienes unos instantes con una inspiración profunda en tus pulmones, siéntete uno con los seres en todo el mundo que son dolientes como tú en este momento. De verdad, siéntelo. Eres uno con ellos. Siéntete parte de la humanidad en este dolor. Y cuando exhales, envía esa sensación de unidad a cada uno de esos corazones dolientes. Será imposible dejar de sentir amor, compasión, unicidad… E incluso, gratitud. 

Mira en quién te conviertes después de esta alquimia que ha sido catalizada por un dolor profundo… y celebra la valentía, la amorosidad y oportunidad de sentirte Uno con muchos otros seres sintientes. Verás con claridad  el regalo de una nueva visión que te ha legado el Duelo. Y acompañarás a otros a trascenderlo. Como tú ya lo hiciste. 

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Dorian • Salud para ti •

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